El hombre y la mujer aristocráticos.
El hombre y la mujer tienen dos esencias complementarias de las cuales nos habla Julius Evola en la metafísica del sexo, donde lo masculino se entiende como acto y lo femenino como potencia, son una polaridad un yin y un yang, los cuales unen sus esencias en el acto amatorio (de una perfecta manera en el amor sacro y animalesca en el sexo meramente lujurioso) El hombre absoluto es el héroe y la mujer absoluta la abnegada a su hombre, lo ve como una divinidad. Pero no vengo a hacer una escolástica del Barón, hablo de mi propio punto de vista: veo a la mujer como un ser avocado al arte, la mujer aristocrática sería la que haga de su vida una obra de arte, entendiendo este acto como a la mujer que se deja llevar por su intuición y buen gusto en sus actos, pues la mujer es más intuitiva que el hombre, se deja llevar más fácilmente por sus sentimientos, con todo lo positivo y negativo que esto pueda tener. El caballero se motiva por juicios racionales, piensa más antes de actuar.
la mujer artista de su vida debe preocuparse por su aspecto físico y su vida vocativa, debe cuidar su salud, mantenerse presentable ante los demás, tener limpia su casa y tener una estética personal de corte aristocrático-espiritual, que consiste en ser pulcra y armónica a la hora de vestir, que las prendas reflejen una vida rica interior: no se trata de usar prendas carísimas sino que le confieran dignidad. Respecto al modo de actuar debe practicar un camino espiritual y si es posible tener un quehacer vocativo sea o no remunerado, en el cual plasmará su esencia y valores.
El hombre es un constructor de lógicas y trabaja en muchos casos en labores pesadas, respecto al hombre aristocrático se refiere, este también cuidará de su salud, velará por regir el mundo desde la razón, del mismo modo cultivará su espiritualidad y velará especialmente por el cuidado de su familia y patria, también debe mantener una estética pulcra y que refleje sus valores personales, su labor esta más allá de lo meramente volitivo pues el aristócrata valida su ser en la labor regia.
No es necesario para el noble multiplicarse carnalmente para alcanzar su realización, en sus frutos teóricos y prácticos está su legado para la posteridad.
Su relación con Dios va más allá de la mera contemplación de los ritos, ellos viven su condición de hijos de Dios cada día, escuchan el llamado de la divinidad, la cual debería ser exigencia de todos los seres que se llaman a si mismo libres, porque el hombre unido con Dios es un dios, pues somos emanaciones del SER. Un ser humano es libre cuando sigue una tradición pues esta lo eleva de lo meramente material y le da un sentido a su existencia, es por eso que la vida del occidental actual es un camino al continuo embrutecimiento donde lleva al individuo a ser un engranaje envilecido por las ansias del consumo de bienes y experiencias vacuas que se quedan en el mero presente y sin transcendencia, llevando a muchos al nivel de insectos rastreros que solo viven el día a día sumergidos en el vicio y la degeneración.
Como conclusión la mujer aristocrática es el eros avocado al cultivo del gusto por la germinación de sus cualidades y el hombre noble es el logos regidor del mundo que tiene la principal obligación de cambiar el rumbo de los acontecimientos de caos mundial actual por medio de la acción.
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